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/La piedra verde de la Avenida Jiménez

Por: Andrea Mariño

 

Title. Double click me.

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Desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, más de 30 hombres se sitúan en la Plazoleta del Rosario, sobre la Avenida Jiménez. Allí realizan una actividad que lleva funcionando por décadas en esta zona del centro de la cuidad de Bogotá. A simple vista se les ve hablando en privado entre ellos mientras intercambian pequeños paquetes que custodian celosamente. Analizan, palpan, observan y cambian opiniones. Para una persona ajena esta escena puede generar incertidumbre, desconcierto o confusión. Sin embargo, al entrar en contacto con ellos es evidente que estos personajes son los expertos del comercio de esmeraldas de la capital.

 

Carlos Morales, de tez morena y ojos claros es oriundo del municipio de Garagoa al sur del departamento de Boyacá. Es el quien abiertamente se abre para presentar este particular mundo del cual, en primera instancia, resalta la camaradería en la que conviven los comerciantes. “El negocio de la esmeralda es para gente primero, que tiene palabra de respeto y de honor; que se sabe que entrega el dinero de la esmeralda. Y en segundo lugar, es de hombres que saben que arriesgan su vida todos los días“. Nadie lo creería pero el trato y la confianza que existe entre estos señores se asemejan a la interacción de un club social en donde todos se conocen con todos. 

 

La plaza y sus calles aledañas son el centro de acción de estos comerciantes quienes se rodean de estudiantes, transeúntes, turistas y vendedores ambulantes. Carlos se entusiasma al ver acercarse a Don Ciro y su hijo John. Ciro, nativo de Briceño y ex minero, es uno de los comisionistas en bruto más importantes del gremio. Su rol es introducir en el mercado las esmeraldas toscas encontradas en las minas. “Aquí se trabaja con gente seria. Con gente que ya uno conoce. Aquí los tratos son de palabra”, dice John de 25 años, quien acompaña a su padre en el negocio desde hace 2. Es claro que en este oficio el nombre es lo que vale. “Cuando uno incumple su palabra aquí ya no vales un peso”. Carlos está de acuerdo: “este que se ve un negocio sencillo y fácil, tiene complicaciones tremendas. Si yo digo que voy a vender una esmeralda, el dueño tiene que confiar en mí porque yo fácilmente puedo coger un avión e irme y desaparecer”

 

Vista panorámica de la Plazoleta del Rosario en la Avenida Jiménez con Carrera 6 

 

Esmeralderos en la Plazoleta del Rosario

 

El riesgo al robo o a la violencia que se vive en este negocio yace en que “la mayoría de la gente en la plaza, y todo el mundo de la zona sabe quién es cada uno y qué esmeralda maneja” dice Carlos. Ante la adversidad, la confianza es un elemento fundamental dentro de esta colectividad conformada por hombres sencillos, muchos de ellos con estudios hasta la primaria y provenientes de las minas más importantes el país. En su mayoría son boyacenses que han llegado a Bogotá con la meta de vender alguna esmeralda que han encontrado, y se han quedado para activar este flujo comercial entre la capital y las zonas de extracción de esmeralda.

 

José María Silva Amín es sin embargo, uno de los casos excepcionales dentro del gremio. Mejor conocido como Don Chepe, entró en este mundo ocasionalmente cuando ejercía como gerente del Banco del Comercio en Chiquinquirá en los años sesenta. Vestido con traje de paño, sombrilla y sombrero, cuenta Don Chepe que un día llego a la sucursal un campesino “muy humilde y sencillo” que había encontrado la esmerada más hermosa y pura que sus ojos han visto. “Quería mi ayuda para venderla” dice Chepe a sus setenta años. “Al principio dude en ayudarlo” pero como si fuera planeado por el destino “decidí viajar un fin de semana a Muzo donde vivía un primo mío”. Chepe nunca se imaginó que ese día su vida cambiaria de forma tan radical. “Llegue al pueblo y le mostré la piedra a mi primo. Él no podía creer la belleza de la esmeralda que le estaba mostrando”, para su sorpresa la esmerada que había encontrado el campesino costaba alrededor de un millón de pesos para la época. “Con esa platica que me gané en ese negocio me compré una televisión, una estufa y una nevera; pero más importante pude pagar mi casa”. Desde ese día Don Chepe decidió entrar en el negocio de la esmeralda apadrinado de su primo quien tenía fuertes lazos con los Salcedo y los Naranjo, importantes familias dentro del mercado esmeraldero.    

 

Esmeralderos en la esquina de la Calle 7 con Avenida Jiménez

 

El negocio de las esmeraldas se compone de tres etapas o “filtros” como los denomina John. Primero están los comisionistas en bruto, quienes son los encargados de negociar con los dueños de la piedra, Don Ciro y Carlos hacen este rol. Luego está el comprador quien trata y talla la esmeralda. Finalmente está el comprador de piedra tallada, quien es generalmente un extranjero o un exportador de esmeraldas, que busca sacarle mejor provecho a la joya en el valorizado mercado internacional.  Por otro lado, el comercio en la zona de la Jiménez también está estratificado. “Las esmeraldas que se consiguen sobre la Carrera 7 son de baja calidad”, dice John. Son fáciles de distinguir por su color claro y opaco. “Las que vendemos acá en la Plaza o en la cuadra de arriba (Carrera 5) son de calidad media o alta”, es decir, son piedras más cristalinas y brillantes, y por lo general, más grandes.  

 

Esmeralda en bruto

 

La esmeralda colombiana es única en el mundo por su brillo y transparencia. Esta piedra preciosa es producto de una variedad del mineral berilo que junto a éste contiene cromo y vanadio, elementos que le dan a la esmeralda su característico color verde. La particularidad de estas esmeraldas es que surgen en rocas metamórficas que impiden la contaminación de los minerales que forman la piedra. Muy valorada debido a su rareza, se encuentra en gran cantidad en el departamento de Boyacá en donde se localizan las minas de Muzo, Chivor, Otanche y Coscuez. La voluminosa producción de esmeraldas ha hecho de Colombia el productor más importante a nivel internacional, representando el 60% de las ventas mundiales. Países como Brasil, Zambia, Tanzania, Zimbabue y Afganistán comprenden el 40% restante. 

 

El tiempo no es oro en el sector esmeraldero. “Puede haber una esmeralda que pase por aquí un mes y nadie la compre, y al final puede terminar siendo un gran negocio”, dice Carlos. Cuenta además, que “hubo una esmeralda que estuvo casi un año rotando por acá. Al principio costaba 70 millones, después 60 y así, hasta que finalmente la tallaron unos compadres. Para sorpresa de todos la cabeza quedo costando 90 millones de pesos y quedaron 2 pedazos más que dieron mucha plata”. 

 

Joyas con esmeraldas de alta calidad

 

Pero a pesar de su rentabilidad, el negocio cuenta con muchas complicaciones. Para Carlos: “está pesado: ha escaseado, el Estado cobra muchos impuestos, hay muchas inseguridades”. Según él, el Estado es el culpable no solo de la inmovilidad del mercado sino también de la llamada “Guerra verde”, es decir, el conflicto que surgió en los ochentas entre las familias que monopolizaban el negocio esmeraldero. De este “periodo oscuro de la esmeralda”, como lo denomina Carlos, no se habla mucho. Es un tema sensible que puede llegar a causar problemas en el gremio. El conflicto acabó no solo con la vida de miles de esmeralderos sino también llevó a la ruina a muchos, como fue el caso de Don Chepe quien perdió todo por los negocios sucios en los que estaban sus jefes. “Yo soy un hombre honrado que sigue los principios de la Iglesia, pero este es un negocio donde el 99% son pícaros”.

 

Como matrioskas rusas guardan cautelosamente sus piedras dentro de su ropa. “A nosotros nadie nos protege y nadie nos cuida”, cuenta Carlos quien hace pocos días tuvo que enterrar a un amigo esmeraldero que asesinaron en un monta llantas. No es sorpresa que por la rentabilidad que surge por una sola piedra del tamaño de una moneda -que puede llegar a costar aproximadamente 15 millones de pesos-, los impuestos del Estado sean tan elevados. Sin embargo, los grandes ingresos que produce este negocio no se ven relejados en el mejoramiento de la calidad de vida en los pueblos mineros de Boyacá. De acuerdo con John y Carlos que la mayoría de los recursos del negocio se dirigen a principalmente a las grandes familias o al mismo Estado. 

 

A pesar de aquellos años peligrosos y oscuros de los que nadie quiere hablar, Carlos, Chepe y John coinciden en que hoy en día existe otro modo de pensar. “Esto hace 20 años era aterrador”, dice Carlos. “Aquí mismo se formaban balaceras por falta de la palabra”. No obstante, el modo de pensar ha pasado de ser del arma a la palabra. “El esmeraldero ha cambiado mucho”, comenta John refiriéndose a la relevante presencia de la iglesia en el gremio. El comercio de esmeraldas es un oficio que ha persistido por casi un siglo a pesar de los riesgos con los que coexiste. Como estos tres testimonios lo han demostrado, esto no sería posible sin el valor del compromiso verbal que ha permitido que el color verde de la esmeralda predomine sobre el rojo de la violencia. 

 

 

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