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/Mampuján: el eterno retorno

Por: Daniel Montoya 

 

Existen dos Mampuján en Montes de María: uno abandonado por el desplazamiento y otro que se vio obligado a resurgir a la orilla de la carretera, cerca de su cabecera municipal. En el ‘viejo’ Mampuján no vive nadie, sólo hay maleza, obras grises y un arroyo que poco fluye. Obras que buscan que la gente retorne a su tierra, de donde se fueron creyendo nunca volver. El otro está lleno de colores, favorecido por la reparación judicial de justicia y paz que terminó indemnizando a la gente. 

 

Mampuján es un corregimiento de María la Baja que se vio obligado a desplazarse en marzo del 2000 durante el avance paramilitar del Bloque ‘Héroes de Montes de María’. Se encuentra ubicado en el caribe colombiano, dentro de una región rica por su producción agrícola. Los Montes de María son conocidos por ser la dispensa agropecuaria de Sincelejo, Cartagena y Barranquilla. Sus tierras fértiles y sus callejones que comunican la costa caribe con el occidente e interior del país los convirtieron en el objeto de deseo de los diferentes actores armados. 

 

Mural en una de las casas abandonadas en el ‘viejo’ Mampuján, donde se dibujó cómo era Mampuján antes de la incursión paramilitar. Foto: Reynaldo Uruetra..

En 2011, en una sentencia proferida por la Corte Suprema de Justicia, se obliga al Estado a reparar a las víctimas. La Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV) se ha encargado de hacer el seguimiento necesario para que estas reparaciones judiciales se den. Margarita Gil, encargada de coordinar la implementación de la ruta de reparación colectiva y de dar seguimiento a las medidas de reparación integral en la zona norte del país, explica cuál es el papel de la UV: “en Mampuján nos encargamos de hacer seguimiento a las exhortas del juez, puesto que esta es una reparación que se dio por medios judiciales y no administrativos”.

 

Llegó plata y con ella ladrillos, baños, luz, ventanas que rebotan la luz de un sol del que todos corren a esconderse entre las 11 y las 2 de la tarde y cerámica. Mucha cerámica. Eso sí, de puertas para adentro. Todas las calles son en tierra, y con el complejo de quien quiere ser un pueblo mayor: el corregimiento no tiene más de diez calles y todas tienen su nomenclatura marcada.

 

Cuando llegaron al ‘nuevo’ Mampuján se vieron obligados a vivir en un hacinamiento inhumano. En algunos casos vivían 13 familias en una casa, donde terminaban peleando entre ellos por el agua y por el bienestar de los niños. Luego, se les dieron unas carpas a cada familia. Carpas que igual eran muy pequeñas y frágiles en la temporada de invierno. Carpas negras que concentraban el calor, que no tenían un piso, donde familias con más de cuatro integrantes no podían dormir.

 

Sólo hasta el momento en que comenzaron a recibir dinero por la reparación fiscal es que se dan los mejoramientos de vivienda. No todos invirtieron en sus casas o en proyectos que mejoraran la calidad de vida de las personas. La reparación se da sin ningún tipo de acompañamiento por parte del Estado para orientar a las personas en una mejor inversión de ese dinero. El Estado repara y de inmediato las víctimas se convierten en una cifra. Por eso existen familias, aunque pocas, que aun viven en esas carpas, en condiciones que no son muy buenas y sin una tierra para trabajar. Al fin y al cabo, quienes tienen tierra son los que a pesar de haberse desplazado seguían trabajando en el antiguo Mampuján.

 

Actualmente al ‘viejo’ Mampuján sólo se va a trabajar durante el día y regresan al ‘nuevo’ a dormir. El cultivo principal es el maíz y la gente retornó a mantener sus cultivos en 2002, dos años después de que se fueran. No regresan tan rápido por la misma razón por la que se fueron: por miedo.  La comunidad se desplaza en el 2000 debido al hostigamiento a la población por parte de los paramilitares. Nadie era capaz de quedarse a dormir allá. Los altos costos del transporte evitaba que la gente pudiese ir todos los días, por lo que los cultivos no eran entonces, ni son ahora, de alta calidad. 

 

En este momento la Unidad de Restitución de Tierras está promoviendo el retorno a través de la construcción de viviendas y nuevos planes de cultivo. Ahora además de maíz hay cultivos de yuca, ñame, cacao y plátano.  Se están construyendo unas casas nuevas en el ‘viejo’ Mampuján alrededor de un obra gigantesca que nadie en el ‘nuevo’ Mampuján sabe muy bien qué es, pero que tiene la placa del Departamento para la Prosperidad Social (DPS). 

 

Esas casas que está construyendo la URT buscan que la gente retorne. Las casas son pequeñas, construidas en bloques de cemento, y se entrega una por familia. Aun hay casas del antiguo Mampuján en pie, mucho más grandes, abiertas y de techo alto. Más acorde a la arquitectura que un lugar con temperaturas cercanas a los 40ºC necesita. 

 

La dualidad que vive Mampuján está en las casas que hay en el ‘nuevo’ y las que la URT está construyendo en el ‘viejo’. Las casas de este ‘nuevo’ Mampuján están cargadas de los colores y la personalidad de los integrantes de cada familia. No hay una igual que la otra. Cada una tiene una entrada, o una reja, o unas ventanas distintas. Representan los gustos de cada persona. Las casas que está construyendo la URT son una igual que la otra, construidas a partir de los principios del fordismo: una industria que produce en serie, sin distinguir de colores o sabores. 

 

Así son las casas que está construyendo la URT en el antiguo Mampuján. Foto: Reynaldo Uruetra.

 

Así son las casas en el ‘nuevo’ Mampuján. Foto: Reynaldo Uruetra.

Ahí es donde está el principal problema de la comunidad: el retorno. Lo llamativo está en que gente con las casas más grandes, coloridas y arregladas quiere regresar, aun si eso implica irse a vivir a un lugar más pequeño, más incomodo y más caliente. Una de esas personas es Gledys, a quien aun no le han terminado las obras en su casa, a la que le está haciendo más cuartos para que ella y sus hijas tengan su privacidad. Gledys es una señora entre 50 y 60 años, con algo de canas en su cabeza, sombras blancas en sus ojos por el paso de los años, la piel oscura y pocas arrugas. Cuando las obras terminen su casa será una de las más grandes en Mampuján. Aún así quiere el retorno. Las razones para volver las describe con cierto realismo mágico: “mira que al arroyo le dio muy duro que nos desplazáramos, ya no crece con el ímpetu que lo hacía antes; que los árboles parece que se hubieran resentido, ya no dan frutos. Es como si la naturaleza se hubiera resentido”.

 

Pero el retorno no es la primera opción de todos en la familia. No es la primera opción de casi nadie en cada familia. Las nuevas generaciones que nacieron a finales de los noventa hasta hoy ni saben, ni entienden, ni sienten lo que los mayores sí: el retorno no pasa por una mirada económica, pasa por un arraigo a la tierra. Las nuevas generaciones no conocieron ese antiguo Mampuján, no saben cuál era la fuerza del arroyo antes, ni qué tantos mangos o guayabas daban los árboles. No saben de esas mariposas amarillas que Gledys describe en los jardines porque en el ‘nuevo’ Mampuján no hay jardines. Y no los hay porque ya no parecen casas rurales sino de un pueblo que se vio obligado a reorganizarse, no muy lejos de su tierra pero sí donde no había nada. Allá construyeron sus nuevas casas, que para estas nuevas generaciones no son ‘nuevas’ sino propias. Por eso no quieren irse.

 

 

 

Niños jugando con mariposas amarillas. Foto: Reynaldo Uruetra.

 

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